No hay un buen motivo para hablar de la muerte. Ojalá no tuviéramos que hablarlo nunca. Habría algo de digno, incluso de admirable, al negarse a hablar; al olvidar para siempre jamás las preguntas insoportables: ¿Por qué morimos? ¿Por qué nos tenemos que morir?
Un chico de dieciséis años atraviesa la ciudad por la noche para ir al hospital a despedirse de su padre. ¿Por qué? ¿Por qué volver a explicar esta historia? Si ya sabemos cómo acaba. No hay un buen motivo para hablar de la muerte y, aun así, hablarlo es inevitable. A lo largo del proceso de creación de esta obra lo hemos hablado muchísimo, durante horas y horas.
Hemos hablado de nuestros muertos, de aquellos que nos acompañan y nos acompañarán siempre aunque a veces no lo pensemos bastante, no podamos pensarlo bastante. También hemos hablado con hijos que han perdido a sus padres, con compañeras que han perdido a sus compañeros. Ellas y ellos nos han explicado sus recuerdos más preciados: El último viaje a Londres, aquella canción que siempre cantaba y que no he podido volver a escuchar, el pacto secreto que sellamos al último momento...
A ellas y a ellos, muchas gracias. No hay un buen motivo para hablar de la muerte pero, al mismo tiempo, ¿qué sentido tiene que hablemos tan poco? ¿Qué absurdo mecanismo evolutivo nos lleva a querer negarla? ¿A esconderla de los ojos de los más jóvenes, a comportarnos como si no estuviera, como si no nos acompañara siempre allá donde vayamos?
Seguramente no hay un buen motivo para hablar de la muerte y, aun así, nosotros hemos necesitado volver a hacerlo. Para volver a enfrentarnos a unas fuerzas que no entendemos, para afirmar una vez más que queremos a personas que ya no están, para honorar la oscuridad y celebrar la luz, para recordarnos que a pesar de todo estamos aquí.
Premio de la Crítica 2024 al mejor texto para Joan Yago.
Premio de la Crítica Serra d'Or d'Arts Escèniques 2024 al mejor espectáculo de teatro.
A partir de 14 años
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