Una noche de sábado, tarde, cuando la persiana ya está bajada, Isaac, el encargado del pasillo de los congelados, se ha quedado inmóvil con un papel en las manos, un papel que no se esperaba que nunca llegaría a tener: solo son números, el teléfono de su hermano con quien hace años que no habla.
Apenas cuando repasa el que le acaban de dar, se le aparece de dentro de una de las neveras un macho cabrío, y le pregunta: ¿Qué te pasa Isaac?
Isaac hará un viaje vital con su ayuda, viéndose a sí mismo como el chivo expiatorio, como quien se ha sacrificado siempre por los otros, quienes no ha cumplido nada del que esperaba, pero que siempre ha estado a disposición de quien lo ha necesitado. La duda está clara: llamar a su hermano, retomar la relación y quizás perdonarlo o, cerrar la puerta y tomar una decisión egoísta por primera vez.
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